Hace un par de años mi esposo y yo tuvimos la suerte de visitar Sicilia.
Volvimos encantados por los paisajes y la gente que conocimos en toda la isla,
atesorando recuerdos muy gratos de ese viaje.
Palermo es la puerta de entrada a Sicilia. Sus viejos barrios tienen la
atmósfera de una ciudad mediterránea cargada de historia, en sus rincones
encontrará más de un recuerdo a Barcelona o Valencia, pero un recuerdo
definitivamente italiano: vivo, barroco y sensual. No puede dejar de visitar su
casco antiguo, sus monumentos, sus iglesias y museos, las catacumbas y por
supuesto el barrio del mercado.
Afortunadamente y gracias a la sugerencia de un buen amigo, nos hicimos de
tiempo para visitar los alrededores de la ciudad, sugerencia que hago extensiva
a quienes vayan a Palermo.
Muy cerca se encuentra Monreale y el extraordinario espectáculo de los mosaicos
de su catedral normanda, a cuyo tejado no estará de más subir.
Bagheria un poco más lejos ofrece vistas de nobles mansiones del siglo VXIII
que los ricos palermitanos hicieron construir fuera de la ciudad y, sobre todo,
Cefalú mostrará todo el encanto de un pueblo a orillas del mar, con siglos de
historia presente en sus calles, llenas de vida, y en sus viejos edificios.
Como Palermo está muy cerca, es común hacer noche en ella.
Abandonamos Palermo dirigiéndonos hacia el sur por un camino de paisajes
interiores lleno de relieves. El Valle de los Templos en Agrigento lo
transportará directamente al pasado, a la época helenística y romana. Uno tras
otro se suceden templos, villas, monumentos rescatados de tiempos antiguos,
para acercarnos a lo que fue una próspera ciudad con orígenes griegos y hoy un
conjunto arqueológico excepcional.
Museos y una ciudad, la de Agrigento, con barrios antiguos plagados de interés,
por los que dejarse llevar a través de intrincadas calles, completan el
panorama de un día en la ciudad. Esa noche descansamos en Agrigento y no creo
ser muy original si confieso que en mi sueño charlaba con Helena de Troya.
No hay que atravesar el interior de la isla para llegar a Siracusa, de nuevo en
el mar. Pero merece la pena hacerlo aunque el camino sea largo y complicado.
Un paisaje montañoso, de entornos cambiantes, me permitió familiarizarme con la
dureza del relieve siciliano y pude, tomando algún pequeño desvío, acercarme a
Caltanissetta y Enna, pero sobre todo a Piazza Armerina, donde contemplé la más
desbordante colección de mosaicos romanos que se pueda imaginar. Por la noche
recuperamos fuerzas en Siracusa.
Siracusa es una maravilla, llena de encanto, por supuesto no deje de visitar
las ruinas antiguas. Pero Siracusa es, sobre todo, su ciudad vieja, en una
península rodeada de mar, con restos antiguos y barrocos, un pasaporte a otra
época.
La luz, el aire y los paisajes deslumbrantes se dan cita en Taormina. Subida en
lo alto de una roca, al borde del mar, con sus playas, su teatro romano, sus
calles medievales y la figura del humeante Etna como telón de fondo. Una visita
a la ciudad y una excursión por el entorno impresionante de la subida al volcán
es un excelente plan para aprovechar el día.
También habrá que visitar Catania, capital del levante siciliano. Barroca, con
iglesias y monumentos imponentes, manifiesta su antigua opulencia e invita a
pasear por sus calles y plazas.
Espero que estas experiencias, que conservo vívidamente en mi memoria, le
resulten de interés cuando planifique su viaje a Sicilia.
Autor: Carolina S. Maltacchi |